Lo cierto es que al principio, el ejercicio no se las prometia demasiado halag:uenyo. En la agencia nos vendian un trekking con visita a un par de aldeas en la selva (a vosotros tambien os suena tipico, verdad?), y aquello nos sonaba un poco a timo de turistas. Ademas, para hacerlo aun menos atractivo, la manyana amanecio diluviando... Vamos o lo cancelamos? nos planteamos mas de una vez. Pero al final, nos decidimos a ir. Que gran acierto!
Empezar diciendo que el trekking en si no fue demasiado facil. Tras casi una hora en tuc-tuc y otra en motora por el Mekong para alejarnos de la ciudad, entre los dos dias caminamos mas de cuarenta kilometros por arrozales, campos de maiz, y sobre todo, una selva densisima por la que en ocasiones nuestro guia (Sam) tenia que ir abriendo camino con ayuda de una vara y un machete, pues la diminuta senda que seguiamos y que en muchas ocasiones solo el era capaz de encontrar habia sido las mas de las veces invadida por la vegetacion crecida por las lluvias. Ademas, tuvimos que salvar un desnivel de mas de mil metros en vertical, en solo una manyana, y cruzar varios rios y arrollos, bien sobre troncos en equilibrio, o bien metiendonos hasta la cintura luchando contra la corriente. Pero todo merecia la pena.
La primera aldea rural que alcanzamos (en la que pasamos la noche) nos recibio con los brazos abiertos. Alli, los ninyos al principio ni siquera se acercaban a nosotros, sino que nos miraban desconfiados desde lejos, pues no estan ni mucho menos acostumbrados a la visita de occidentales. Al fin y al cabo, por lo que nos dijo Sam, nosotros eramos solo la quinta visita que recibian este anyo. Pero esto se soluciono rapido con ayuda de una bolsa de caramelos. Los adultos, en cambio, nos extendieron su hospitalidad desde el primer momento. Nos invitaron a una boda que casualmente se celebraba esa tarde, y en ella nos sentaron junto al jefe del poblado. Tras esto, aun nos invitaron a cenar a dos casas mas, y finalmente, a otra reunion de hombres para seguir bebiendo el licor de arroz que ellos mismos fabrican. Sorprendia, no obstante, la moderacion que mostraban en todos sus actos.
Ni que decir tiene que la aldea la formaban casas de madera sobre calles de barro, con cerdos y gallinas por todos lados y sin ningun tipo de infraestructura. La selva nos sirvio ese dia de retrete, ducha, banyo... todo en un riachuelo de dos dedos de profundidad. Ya os contaremos como se hace. Pero los cuatrocientos setenta habitantes de la aldea reflejaban una felicidad que desde luego no tenemos los millones de personas que vivimos en metropolis.
La segunda visita fue aun mas impactante, pues visitamos una aldea de cuarenta habitantes de una etnia, los Mont, que viven absolutamente aislados, en un regimen de absoluta subsistencia. Las cuatro o cinco chozas que formaban el poblado eran cabanyas del neolitico, de canya con techo de paja de una sola habitacion, en la que solo habia una cama elevada (la lluvia entra en las casas sin obstaculo alguno) y una hoguera en la que cocinaban.
No estaba previsto que comieramos con ellos, sin embargo, de nuevo el encanto de esta gente se dejo ver y compartieron con nosotros la comida de ese dia, mazorcas de maiz tostadas y sopa de bambu. Nos fuimos de alli mas que repuestos del esfuerzo de la manyana (el trecho sin duda mas duro), y listos para afrontar las cuatro o cinco horas de marcha que aun nos quedaban por delante.
En definitiva, todo un ejercicio fisico y sobre todo, un ejercicio de reflexion sobre las cosas a las que damos importancia. Las fotos que llevamos con nosotros de este viaje inolvidable os diran mucho mas que estas lineas.